La Mayor de San Pedro recuperó su Vía Crucis parroquial junto al Señor Cautivo
Tarde de rezo y oración en el Barrio Alto. Dos años después, el primero por ceder el lugar al Cristo del Perdón y el segundo por la pandemia, el Señor Cautivo volvía a pisar las calles de su feligresía para presidir el rezo del Vía Crucis parroquial de la Parroquia Mayor de San Pedro.
A las ocho y media de la tarde se abría la Puerta del Mar y se iniciaba el rezo del Vía Crucis en el interior del templo, completamente a oscuras. Comenzaba a desfilar el cortejo por el porche del templo, encabezado por la cruz parroquial y seguido de feligreses y hermanos de las cofradías que en San Pedro tienen su sede portando cirio. Cerraban el cortejo los hermanos mayores de dichas cofradías: Jesús Martín Alejo, hermano mayor de Pasión; Javier Mesa, hermano mayor del Santo Entierro; Carlos Galindo, hermano mayor de la Buena Muerte; Ramón Maneiro, hermano mayor del Descendimiento y Abraham Cruz, hermano mayor de la Borriquita. Tras las andas del Cautivo se situaba el párroco de San Pedro, D. José Arturo Domínguez, seguido de un buen número de devotos.
A los sones de un trío de capilla hacía su salida el Señor Cautivo, portado en andas y antecedido por el cuerpo de acólitos que volvía a impregnar del aroma a incienso los arcaicos muros de San Pedro. A las órdenes de Joaquín Rufete, la cuadrilla de portadores comenzaba a descender por el porche, rezándose la segunda de las estaciones del Vía Crucis, ya en el exterior, bajo el azulejo de Soledad de María que preside la casa parroquial. Las estaciones, señaladas por cruces iluminadas por dos cirios, se distribuían a lo largo de todo el recorrido que continuó por el Paseo Santa Fe para regresar a la plaza de San Pedro por la calle La Fuente.
El Señor Cautivo vestía túnica de terciopelo morado bordada en oro, con el escapulario trinitario en su pecho. Sobre su característica melena de pelo natural, la imagen portaba corona de espinas y juego de potencias en metal sobredorado. Maniataba sus manos un cíngulo de hilos de oro simulando una curiosa cadena al final. Las andas sobre la que presidía el rezo del Vía Crucis se exornaban con centros de clavales rojos, quedando iluminadas por cuatro de los faroles del paso de palio de la Virgen de la Resignación.