Opinión

Afri, el adiós de un maestro

Carlos Arroyo


Se va un hombre dedicado por entero al oficio de capataz, que lo ha dignificado y engrandecido en sus más de 40 años al frente de cuadrillas. Y lo ha dignificado desde la creencia de que es un oficio al que hay que entregarse en cuerpo y alma. Así lo hizo desde siempre.

Si el costalero es los pies que pasean a la Madre de Dios, Afri nos entregó su corazón para que se lo regaláramos en forma de ofrenda a la Virgen. Es más que un capataz, es una suerte de preceptor que transpone los sentimientos hacia la Virgen. Afri quiebra el alma en una sentencia que llega como un escalofrío a los sentidos. La Virgen de los Dolores vivirá en la melancolía de una voz de mando recia, pero aterciopelada en el cariño infinito, y la Virgen de los Ángeles alumbrará la sonrisa de gratitud eterna, mientras que la Virgen del Amor suspira entre el anhelo y la nostalgia. Afri pasea a la Virgen en la eterna revirá, en lo que dura un natural de Romero, en un sueño de alamares con el pellizco de la verónica asentada y la torería que se transfigura en la costalería del que entrega una vida.

Se va como los toreros grandes. En la plenitud de su maestría cuajada en la solera de una afición inquebrantable. Pero te tienes que ir sabiendo que dejaste el sello de una forma tan especial de sentir, que a veces, no era apreciada ni por tus más allegados. Allá por donde Paco ha tocado un llamador resuenan en los ecos de la memoria la honradez, la sinceridad y el respeto absoluto a su oficio.

A Paco se le quiebra la voz
cuando el martillo es el que llama
Sin seda y sin alamares
a cuerpo limpio, serena
la figura y toda llena
la boca de miel y sales
torea por naturales
al torillo de la pena.

Tras 23 años de recuerdos y emociones, siempre con los cinco sentíos esperando tu llamada para llevar a la Madre de Dios al cielo. Gracias Paco por mostrarme el camino para ser costalero de la Virgen.

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